Si lo fue —además de por sentir simpatía por los animales, especialmente por los perros— era porque tenía un problema de salud que no le permitía digerir bien la carne: indigestión, flatulencia, dolor de tripa o sudoración fueron algunos de los achaques que el dictador padecía cuando un filete o un asado entraban en contacto con su frágil organismo. De hecho, a Hitler le encantaba comer carne. La comía a escondidas y, según cuentan, era un fanático de platos como las albóndigas de hígado, el caviar, el jamón, las salchichas y hasta los pichones
|
etiquetas: hitler , vegetarianismo , falacia , bulo