En 1949 y por encargo de la Municipalidad de Córdoba (Arg), el artista Roberto Viola lo imaginó y modeló en barro. Después el español Alberto Barral, emigrante de la España franquista, lo esculpió en piedra blanca. Se inauguraba el Puente Antártida y al intendente se le ocurrió que nadie mejor que un oso polar para presidir la obra. El detalle es que en la Antártida hay tantos osos polares como pingüinos en el Sahara; cuando el funcionario se dio cuenta de su blooper exigió que lo sacaran de allí. Una historia de osos y políticos "extraviados".
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