Mi hermana menor, L., no tiene huellas digitales. Mi papá y mi abuela tampoco. Cuando nos fuimos a hacer el pasaporte por primera vez, le preguntaron a mamá si “había tenido un accidente”. Llamaron a un supervisor, que recordó un caso similar: era, claro, el padre de la criatura. Según cuentan, no tener huellas digitales no es un problema. Papá dice que la pelota de rugby se le resbalaba más que a sus compañeros. A mi abuela le resulta de lo más divertido que mi hermana –su nieta menor- haya heredado esa característica.
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