Desde que los primeros trenes hicieron su aparición, las piedras no han dejado de acompañarlos. Hay que tener en cuenta que los trenes tienen que enfrentarse diariamente a la expansión y contracción debida al calor, al movimiento, a la vibración del suelo, al crecimiento de la maleza, a la acumulación de agua debida a las lluvias… Un polinomio terriblemente complejo que tiene una derivada final: mantener un ancho constante y que no se deforme.
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