La mayor crisis financiera de la historia no ha sido fruto de desvaríos éticos, sino de la lógica de funcionamiento del propio sistema; cambiarlo exige una regulación más exigente, fomentar el desarrollo de entidades que minimizan los riesgos (cooperativismo, banca ética...) y crear instituciones financieras públicas capaces. La competencia cada vez más dura y libre y la creciente relajación legal han producido el deterioro ético y han abocado al desastre.
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