Mahoma falleció en el verano del año 632, quizá envenenado, quizá por una enfermedad fulminante. Los líderes musulmanes eligieron sucesor a su suegro, Abu Bakr, pero éste no lo tuvo fácil para mantener el legado, ya que los numerosos profetas que habían surgido al albur del éxito de Mahoma se negaron a obedecer al nuevo líder para llevar a cabo sus propios proyectos religiosos. Esa situación desembocó en las llamadas Guerras Ridda, que supondrían la represión del intento apóstata, la unificación de la península arábiga y la expansión del Islam
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