La idea de prohibir caprichosamente algunas drogas no es novedosa: tenemos siglos de experiencia en falaces justificaciones económicas y moralistas, escaladas represivas, corrupción, fortalecimiento del crimen organizado, y –es economía elemental– el estruendoso fracaso de toda prohibición de productos con demanda inelástica, cuando menos desde que en 1729 el emperador Yongzheng iniciara la guerra a la droga de la dinastía Qing, prohibiendo la importación de opio en China.
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