Hace años que los agricultores africanos aprendieron que es imposible regar sus tierras con lágrimas. Los campos se agostan y quedan yermos. Porque de ser posible, la mayoría, en vez de ser de secano, serían de regadío. No les faltan motivos para el llanto. Multinacionales, fondos de inversión e incluso Gobiernos extranjeros se están quedando con sus aguas a través de la compra o arrendamiento de ingentes extensiones de campos de labor.
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