la flota pesquera gallega se convirtió en objetivo militar para las potencias aliadas y se dictó la orden de hundir arrastreros para evitar que actuasen como espías del III Reich. Mientras libraban la Batalla del Atlántico, entre los submarinos del almirante Doenitz y los medios aeronavales aliados, los pescadores gallegos se convirtieron en víctimas inocentes.
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