Hasta hace cinco años un funcionario era ‘un pringao’: quienes sabían lo que había que hacer compraban un piso un lunes y lo vendían un viernes ganándose 30.000 euritos; o ‘se sacaban en horas tanto como en sueldo’. «Pareces tonto tío, yo me levanto al mes cuatro veces lo que tú te sacas en…», decía el que sabía lo que había que hacer al amigo empleado público [...] De la noche a la mañana aquel pobre pringao al que le daban mil euros a cambio de ocho horas se había convertido en un ‘hijoputa al que había que seguir manteniendo’.
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