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Tesla no morirá por el hundimiento de su cotización bursátil ni por la desaceleración de sus ventas. Tampoco por las mentiras sobre su tecnología autónoma, sus graves problemas en la cadena de suministro, el pésimo servicio de atención al cliente, demandas cada vez más numerosas, investigaciones criminales, el éxodo de talento o los desvaríos de Elon Musk en Twitter. Todo eso (¿quizá?) puede arreglarse. La amenaza real para su supervivencia está en el núcleo de su negocio: la estrategia de diseño y ejecución de Tesla es sencillamente mala.
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