La crítica más persistente desde el reformismo prosistémico ha sido durante todos estos años de la crisis la de que determinados empresarios, banqueros (el adjetivo con más carga “revolucionaria” en sus labios) y especuladores en general eran malvados por ser “avariciosos”. En las cabezas de quienes compraban ese discurso aparecía algo así como la imagen del viejo banquero judío cuentamonedas murmurando la expresión tan habitual en el meme digital: “mi tesoro”.
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