En su último intento por encontrar una verdad, Antoine d’Abbadie perforó los muros de su castillo de Hendaya. Cualquier visitante puede ver el hueco del tamaño de un puño, junto a la entrada principal, flanqueada por cocodrilos de piedra. Si entra, en la pared del vestíbulo encontrará otro hueco igual. Si sigue por las estancias interiores, irá descubriendo otro hueco y otro hueco y otro hueco, todos alineados hasta el observatorio. Miró, miró, miró y solo vio una mancha negra. Derrotado, tapó el hueco del muro externo con cemento.
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