En invierno, cuando llegaba la noche polar, las plantas morían y se hundían en las aguas profundas sin oxígeno del océano Ártico, de manera que quedaban enterradas en los sedimentos sin descomponerse. Así, durante unos ochocientos mil años, la cuenca Ártica, de unos cuatro millones de kilómetros cuadrados, secuestró tanto carbono que la proporción de dióxido de carbono en la atmósfera se redujo en un 80 %, de 3 500 ppm a solo 650 ppm. La temperatura media de la superficie del océano Ártico descendió de 13 °C a -9 °C.
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