Se cuenta que en un pequeño pueblo riojano, cuando se aprobó que querían que llegara la luz eléctrica, uno de los vecinos, creyendo que por allí se colaría el diablo, juró que no volvería a abrir los ojos. Casi 100 años después, un puñado de bandidos, espoleados por los ministros de turno para que se aterrorice a la población con el recibo de la luz, ha convertido en dominio privativo el agua de los ríos, la fuerza de la luz del sol y el viento que nos sopla para saquear los hogares...
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