El dilema es perverso. España es un país cada vez más árido. Un país que se seca, donde el agua se vuelve más y más escasa. Pero, al mismo tiempo, se ha convertido en la segunda potencia agrícola de la Unión Europea a base de incrementar los campos de regadío; es decir, de utilizar intensivamente esa agua menguante. Pero el consumo intensivo pone en jaque muchos de sus ecosistemas más preciados, como Doñana o Las Tablas de Daimiel.
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