Lejos quedan las promesas de nuestros políticos de hacer del país un centro de innovación internacional y emprendimiento que nos permita depender menos de las divisas que llegan del extranjero. Quizá es mucho pedir que desarrollemos el tejido industrial alemán o sustituyamos a Silicon Valley en la creación de las tecnologías del futuro, pero entre la ambición improbable de convertirnos en la California de Europa y conformarnos con ser su "bar de copas", como el filósofo J. A. Marina teme que suceda, tiene que haber un término medio.
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