Como no hablan inglés, no leen la prensa extranjera –la nacional rara vez, según confesión del propio presidente– y tampoco viajan, salvo que no les quede más remedio, nuestros gobernantes no saben hasta qué punto han perdido la batalla de la comunicación exterior frente al separatismo catalán. Tampoco tenemos un presidente que pueda expresarse con un mínimo de coherencia en medios extranjeros o un portavoz articulado que le sustituya en el cometido.
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