Su ‘modus operandi’ era el siguiente: entraba a las farmacias a cara descubierta y vestido como un pincel, intimidaba a los dependientes del local con un arma blanca, se llevaba la recaudación y antes de irse pedía disculpas por el robo. Con estos mimbres, era de esperar que este atracador de farmacias que operaba en Barcelona y alrededores acabara entregándose. Lo hizo, acompañado de su abogado, en una comisaría del distrito de les Corts de Barcelona.
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