Creo que siento la UE como Margaret Thatcher sentía las Malvinas en La hora chanante: nunca le he prestado demasiada atención, pero ahora, con Trump lanzando amenazas y Salvini y Le Pen reunidos para vilipendiarla, me dan ganas de defenderla. Y no es tanto por sus cosas buenas, que algunas tiene, como por la alternativa cavernaria propuesta por la extrema derecha, que el pasado fin de semana tuvo a bien reunirse en Milán para recordarnos que su intención es instrumentalizar nuestra frustración a través de unas cuantas banderas de colores.
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