Impulsado por una insaciable ansia de ofrecer “todavía más”, el porno se ha convertido en una maquinaria universal de propaga. De haberse filmado hoy los filmes de los setenta, además de todo tipo de insultos, se habrían llevado varios escupitajos en la boca y en los ojos, habrían recibido unas cuantas hostias, les habrían abierto el culo hasta el límite y habrían sido forzadas a vomitar tras atragantarse con las pollas de sus compañeros de reparto, quienes habrían acabado meándose sobre ellas. En fin, lo normal. Sí: lo normal.
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