Hubo hombres en España con un espantoso oficio. Eran el último eslabón de la justicia del Talión, los que convertían en hierro la sentencia de la toga, que se escribía con las manos limpias y llevando el cuidado de no manchar con la tinta las puñetas de la manga.(...) El verdugo de Madrid Áureo Fernández Carrasco, que ganaba dieciocho duros al mes, más un plus de cincuenta pesetas por ejecución, solía repetir: «Porque no soy yo el que mata, compréndanlo ustedes. La que mata es la Ley».
|
etiquetas: oficio , verdugo