Es un hecho, bien patente en nuestra sociedad contemporánea, que el investigador científico constituye uno de los tipos humanos de mayor prestigio. Para las masas humanas que viven en países avanzados, el científico es, a la vez, un mago y un profeta; un mago que en el quirófano. Pero es también innegable otro hecho: la creciente preocupación por los efectos, poco deseables o positivamente destructores, de ciertas investigaciones científicas...
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