El Congreso aprobó ayer definitivamente la reforma laboral, con el dudoso honor de que no gusta a nadie: ni a la patronal, ni a los sindicatos, ni a los partidos de oposición, desde el PP a IU. Ni siquiera al agradecido clan de los pseudointelectuales de la ceja, que han firmado un manifiesto de apoyo a la huelga general. La reforma contiene tibios avances, pero son complejos y confusos, por lo que sólo el tiempo demostrará si son o no operativos. Existe un escepticismo generalizado sobre la eficacia de la reforma.
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