Pero la gente normal, la que no había caído en el aquel sinsentido pietista, se lavaba la ropa. Bien es cierto que los más pobres a veces disponían de una única muda, la que llevaban puesta, pero a poco que se hicieran con una camisa o calzones extras procuraban irlos lavando, tarea que se adjudicaba a las mujeres. Y con tanta dedicación se empleaban en la labor que para quitar bien la suciedad utilizaban cenizas de madera y orina, y la apaleaban con barras de madera después de sumergirla en tinas, en la orilla de los ríos o lavaderos...
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