La mujer era Aramis Ayala, la única fiscal negra del Estado. Los agentes la reconocen justo después de comprobar su tarjeta de identificación y de preguntarle en qué departamento trabaja. A partir de ahí, cambia el tono de todo. Los agentes empiezan a aportar dudosas excusas para explicar la arbitraria parada a Ayala. Y se empiezan a justificar tanto y tan rápido que la situación se acaba delatando como mucho más sospechosa e incómoda.
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