Quienes más miedo deben sentir hoy no somos los ciudadanos de París, Madrid, Londres o Berlín. Los que tienen derecho a estar hoy aterrorizados son los centenares de miles de refugiados que esperan, en campamentos o bajo la lluvia y en el barro, la autorización para entrar en Alemania, para atravesar Croacia o para encontrar una nueva vida en algún lugar de esta Europa convertida en una fortaleza para millones de víctimas del fanatismo y la violencia.
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