A casi todo el mundo le gustaría que su nombre pasara a la posteridad por haber descubierto la pasteurización o por haber bautizado el “pepito de ternera”, pero el diccionario también necesita nutrirse de villanos. Como ese juez Lynch, que en el siglo XVIII instituyó unos tribunales privados para juzgar a criminales flagrantes, brindando al inglés primero y más tarde al castellano el verbo “linchar” y el sustantivo “linchamiento”.
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