Tenía siete años y le encantaba dibujar. Algunas tardes, tras jugar un rato al fútbol en una playa cercana, regresaba a casa, se tumbaba sobre el suelo de la habitación que compartía con sus dos hermanos pequeños y con el mayor, y comenzaba a pintar con aquellas ceras viejas que le había regalado un profesor de la escuela.
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