Las entradas para el partido se habían agotado, aunque nadie lo habría sospechado. A medida que entramos al estadio Kim Il Sung, con capacidad para 50.000 espectadores y dominado por la figura del presidente eterno y gran líder, no se vio demasiada gente. No había colas, ni barreras, ni puestos de hot dogs. Pero una vez adentro el panorama cambió. Cada asiento estaba ocupado y fila tras fila había hombres sentados en silencio, todos con el mismo traje negro y corbata roja, todos con una minúscula insignia en la parte izquierda de su pecho.
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