En el corazón de la antigua Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Éufrates, se alzaba majestuosa la ciudad de Babilonia, un símbolo de poder y opulencia. Sus altas murallas protegían un enclave donde la grandeza se manifestaba en cada detalle arquitectónico. Pero quizás ninguna obra encapsulaba mejor este esplendor que la Puerta de Ishtar
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