Resulta imposible saber cuánto tardaremos en disfrutar de otro fin de semana como el del 7 y 8 de marzo, el último antes del estado de alarma. Las manifestaciones, los enjambres frente a los estadios de fútbol, los bares a rebosar… La escena de dos semanas atrás podría acabar tornando al sepia, convertida en el último instante de una forma de vida estrangulada por la pandemia del coronavirus. Algunas cosas no van a volver, de la misma manera que desde hace años es imposible subirse a un avión sin pasar por los controles de explosivos.
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