La victoria del laborista Sadiq Khan tiene un sabor especial porque ha supuesto el fracaso de una estrategia xenófoba y de odio que ha intentado enfrentar a las comunidades que han convertido a Londres en lo que es: una ciudad en la que conviven con todas las dificultades habituales en una metrópoli gente que procede de todo el planeta. Para salvar a un candidato que iba muy retrasado en las encuestas, se apostó por el juego sucio.
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