Eran las siete de la tarde del lunes y los cabezudos se encontraban en la plaza del Justicia. La proximidad de la casa de la familia, en la calle de Prudencio, permitió a Hugo, de 10 años, bajar a correr. Pero minutos después, como cuenta su madre, el niño estaba llorando amargamente. Un solo golpe con la vara de madera, de más de medio metro, produjo este efecto.
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