En 2017 hubo 393 delitos de odio. Y lo más peligroso: en ese ejercicio hubo 121 delitos de orientación política, un 124% más que en el año anterior, cuando se contabilizaron solo 54. Esta escalada de violencia política es ninguneada por el Gobierno catalán. Adam Majó, director de la Oficina de Derechos Civiles y Políticos, se limitó a definir el prototipo del violento: vestido de negro, encapuchado, armado con cúteres u objetos contundentes... Una directa alusión a los que arrancan lazos amarillos.
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