En realidad, la condena de la equidistancia nos viene ya perfectamente codificada desde la Biblia: cuando Poncio Pilatos se lava las manos para dar a entender que no va a inmiscuirse en las disputas de sectas rivales está ya instaurando para toda la eternidad la dimensión de deshonestidad y cobardía que, presuntamente, albergan las disposiciones equidistantes.
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