En todos los debates sobre libertad de expresión en Europa y EEUU, la gran prueba del algodón, de la consistencia en la defensa de esos principios, es la que interpela a cada uno de nosotros sobre los derechos que concedemos a los que no piensan igual. Todo lo demás es retórica. Hasta dónde estamos dispuestos a llegar para defender que los rivales políticos expresen sus opiniones, incluso aquellos cuyas ideas aborrecemos.
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