En España jugamos con la ventaja —o desventaja— de que, al ser la dieta mediterránea una de las mejor valoradas del mundo, casi nunca se cuestione de manera pública la calidad o el sabor de nuestras comidas. Sabemos que si alguien se atreve a infravalorar un plato que al resto le encanta está destinado a ser la vergüenza del grupo. De hecho, cuando empieza una discusión, la receta de la abuela es el argumento principal para defender el honor de la comida criticada.
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