El día que lo despidieron, Fernando Serranía no pudo cruzar su mirada con la de ninguno de sus compañeros antes de desaparecer. Aquel 25 de octubre de 2017 todo el personal de la planta había sido desalojado mientras él recogía sus pertenencias del laboratorio de química atmosférica del Instituto de Química Física Rocasolano (IQFR), ubicado en la sede que el CSIC tiene en la calle Serrano. “Parecía una película de terror”, recuerda este químico madrileño de 37 años.
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