Los uigures de Urumqi se pasan el día vigilando, escondidos en la penumbra de sus casas. Por los ventanucos del viejo barrio musulmán asoman miles de rostros temerosos, que dan la voz de alarma cada vez que un pelotón hace acto de presencia. Las redadas son imprevisibles y fulminantes. En cuestión de minutos, decenas de soldados han rodeado un edificio. Las botas militares resuenan en las decrépitas escaleras de piedra. Se escuchan gritos y, antes de que haya tiempo de reaccionar, se culmina el arresto. El condenado es sacado a rastras y ......
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