Las ideologías que tuvieron el poder estatal y lo perdieron al cambiar el Régimen, manifiestan su malestar por todas partes sin estar en ninguna, al modo de sentimientos heridos y voladas de profeso renegado. Así resiente el nacionalismo español. Nadie lo confiesa. Nadie lo profesa. Nadie lo defiende. Y, sin embargo, todo lo anega de resentimientos reaccionarios o de reflejos antifranquistas. La Transición consagró la paradoja de exaltar los nacionalismos periféricos, como progresistas, y condenar el español, como reaccionario.
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