Lo que se había temido durante más de una década de Guerra Fría estaba a puertas: la posibilidad de un devastador conflicto nuclear entre las dos superpotencias. Pero no porque se hubiera anticipado, estaba todo preparado: eran pocas las precauciones que Washington había tomado para proteger a la ciudadanía y para que al menos parte de ella pudiera sobrevivir el residuo radioactivo que dejaría un ataque. Hasta los planes mismos para garantizar la continuidad del gobierno en el evento de una catástrofe eran cuestionables.
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