Lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad. Y cuando las leyes sí lo impiden, debería hacerlo la moralidad. Decía Séneca que la felicidad yace en la virtud y en el control de las emociones. Pero la felicidad a menudo se confunde con la euforia, y esta es la que buscan los corruptos al dejarse llevar por sus impulsos. Cuanto más se tira de la manta, más judas quedan al desnudo. Algo que lleva a preguntarse si cualquier persona puede corromperse, o si el corrupto nace o se hace.
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Cuando te encuentres con alguien que no respeta a las personas en general, por su condición, sexo, nacionalidad, etc, ya tienes a alguien que ha hecho la mitad del camino para robar.