Lo atropelló un tren, y ya no hubo más confeti, ni hallé más motivos. Me encontré perdida. No reconocía mi casa. ¿Qué era ese silencio insoportable, ese eco que me devolvía solo su nombre? Ya no era un hogar. Era una cueva helada en la que me abandonó y me dejó tiritando. No tenía sentido un salón tan grande, una cama tan grande ni un jardín. Porque aunque todo era extremadamente pequeño, la ausencia de mi perro hizo que todas las estancias parecieran inabarcables.
|
etiquetas: muerte , perro