Algunos dicen que solamente fue para ahuyentar a unos insectos y que después se siguió con la tradición. Otros cuentan que fueron los refugiados judíos que llegaron con sus tradiciones y una de ellas era, precisamente, pintar sus casas de azul. Más allá de estas leyendas, el azul-celeste te acompaña mientras caminás, está en el suelo, las paredes, las puertas y las ventanas. En algunos callejones te sentís, literalmente, en el interior de una piscina sin agua porque es como que alguien hubiera tomado un balde enorme de pintura y lo haya tirado.
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