Los científicos que trabajan en la conservación de la Antártida se han convertido en una amenaza para este ecosistema. La mitad de las estaciones de investigación presentes en el continente vierte sus aguas residuales directamente al entorno, sin ningún tratamiento previo, según un estudio publicado en el último número de la revista Polar Research. "Es un disparate. Los investigadores que van a estudiar el ecosistema antártico para protegerlo introducen especies patógenas", explica Gröndahl.
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