Si en 1891, la inferioridad cultural, económica, política y social fue la razón invocada para impedir la implantación del sufragio universal, ahora, en 1931, se apelaría a la inferioridad mental de la mujer basada en su “ser biológico”. Su capacidad mental, inferior a la del hombre, no le daba criterios racionales suficientes para poder ejercer algo tan sagrado como el voto, que era cosa de hombres. Lo dictaba la biología.
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