Llamamos guilty pleasures a lo que con la lengua del Imperio perfectamente podríamos llamar placeres culpables. Se trata de pequeñas cosas por las que no iremos ni al infierno ni a la cárcel, pero que nos avergüenza reconocer en público, por la razón que sea, normalmente por miedo a no obtener la aprobación de los demás o que estos se rían de nosotros. Una posible clasificación de estos placeres es la que los distingue entre individuales y colectivos, pudiendo subclasificarse los últimos a su vez en guilty pleasures -perdón, placeres culpables-
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