Ya apenas brillan aunque lo hicieron, y mucho, hace años. Vivieron el tardofranquismo y las primeras etapas de la democracia. No alcanzaron el nivel de mitos como el Seat 600, el Volkswagen Escarabajo, o el rutilante Ferrari Testarrossa, y se encuentran en el límite entre el coche de museo y la chatarrería menos lustrosa. Si te cruzas con uno por la carretera, cierra los ojos y pide un deseo, a menos que vayas conduciendo.
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