Qué alegría de vivir, qué sonrisa exultante, qué sensación de tranquilidad, después de que la tempestad la hubiera amenazado de lejos (de lejísimos, en realidad), mostraba en la fotografía de portada que publicó este periódico una señora rubia, con cuidada melenita y gafas oscuras, después de que le retiraran la imputación en los delincuentes negocietes de su marido. Sus salvajes acosadores también pretendieron algo tan intolerable como vulnerar su sagrada intimidad pretendiendo enterarse de sus datos fiscales.
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